En este diálogo con Alejandro Lodi 🎙️, exploramos cómo entender el misterio a través de los contrastes, así como la luz se define por la oscuridad.
Se aborda la diferencia entre dos arquetipos clave:
- El Sacerdote/Gurú (Júpiter) 🙏: Ofrece certezas, mapas y dogmas para darnos tranquilidad y estructura.
- El Místico/Chamán (Neptuno) 🌊: No da respuestas. Su función es disolver nuestras certezas, abrirnos a la incertidumbre y expandir la percepción, aunque esto genere zozobra.
Para navegar las aguas de Neptuno y lo transpersonal, es vital una estructura de personalidad madura 🧠. Sin un ego sólido, la apertura al misterio puede llevar al delirio y al quiebre psicológico en lugar de a un despertar espiritual. No se puede trascender un yo que no se ha construido primero.
El crecimiento es un proceso de «correr velos» ✨. Lo que hoy creemos como una realidad, mañana puede revelarse como una fantasía o una metáfora que cumplió su ciclo. La verdadera sanación (neptuniana) no es solo curar el síntoma, sino cambiar nuestra percepción sobre la fuente del dolor, transformando el significado de nuestra historia.
Finalmente, reflexionamos que estamos iniciando un nuevo ciclo de Neptuno, una oportunidad colectiva para correr un velo y gestar una nueva síntesis de conciencia 🌍, integrando lo personal con lo colectivo y tomando con seriedad la subjetividad y el mundo interior.
Índice de Temas
- El Misterio y el Contraste como Vía de Comprensión.
- Arquetipos en la Búsqueda de Sentido: El Sacerdote-Gurú vs. El Místico.
- La Función Neptuniana: Entre la Percepción Expandida y el Delirio.
- La Madurez del Ego como Vaso Contenedor de lo Transpersonal.
- El Proceso de «Correr Velos»: Realidad, Fantasía y Metáfora.
- La Sanación como Disolución del Sufrimiento en la Fuente.
- Ciclos de Creencia y la Evolución de la Psique Colectiva.
Abordar el misterio es, quizás, la tarea fundamental del alma. ¿Cómo aprendemos de aquello que, por definición, es desconocido para nuestra psique? La vía de acceso más potente que encontramos es la del contraste, la de la polaridad. Así como la luz solo cobra pleno significado frente a la oscuridad, o la actividad diurna se comprende gracias al reposo nocturno, el entendimiento de lo transpersonal emerge al observar sus reflejos en el mundo de la forma. Es en la tensión entre opuestos donde se abre una ventana a una nueva percepción, permitiendo que el misterio se manifieste para empezar a ser entendido y percibido.
En este camino de búsqueda, surgen dos figuras arquetípicas que guían, de maneras muy distintas, nuestra relación con lo incierto: el sacerdote o gurú, y el místico. El arquetipo del sacerdote-gurú, asociado a la energía de Júpiter, ofrece un trazado, un sistema de creencias y límites que otorgan tranquilidad frente a lo que no comprendemos. Nos entrega un mapa, una promesa de que si seguimos un determinado camino, llegaremos a un destino seguro, ya sea el «reino de los cielos» o una «sociedad sin clases». Esta figura, en su afán de dar certezas, saturniza la búsqueda, transformando el estímulo inicial por la verdad en una garantía que adormece nuestra voluntad y nos protege de la angustia existencial.
En contraparte, el místico, más afín a Neptuno, no ofrece garantías ni despierta pasiones por una meta concreta. Su función es más sutil y, a la vez, más perturbadora: despierta una zozobra, una evidencia de que nuestras creencias no alcanzan para contener la realidad que estamos percibiendo. El místico, como el chamán, no tiene un mapa; de hecho, está tan perdido como el caminante que lo busca, y es precisamente en ese no saber compartido donde reside la autenticidad. Habilita una percepción expandida, una experiencia transpersonal que desborda las fronteras de nuestras ideas y nos exige el desafío espiritual de ya no poder confiar en lo que hasta ahora confiábamos. Esta figura no da respuestas, sino que provoca con preguntas que nos invitan a salir de nuestros estados de orden y tranquilidad para explorar juntos el misterio.
La experiencia neptuniana es un viaje a un océano sin orillas. Para navegarlo sin naufragar, es imprescindible haber desarrollado una madura estructura personal, un ego sólido. Si no existe esta madurez, la apertura al misterio puede provocar un quiebre psicológico en lugar de un despertar espiritual. La angustia y el miedo primario emergen, indicando que la psique no está preparada para sostener tal nivel de disolución. No se puede trascender un yo que primero no se ha construido; intentarlo es caer en una patología regresiva, en un delirio místico, donde la percepción expandida se torna confusa y delirante.
El crecimiento psicológico y espiritual es un proceso continuo de «correr velos». Cada percepción de la realidad, por más verídica que parezca en un momento dado, es solo un velo que, al ser corrido, revela otro detrás. Lo que hoy es una certeza (una realidad), mañana puede revelarse como una fantasía (una interpretación limitada). Nuestra vida es una sucesión de estas representaciones. El vínculo con nuestros padres, por ejemplo, se resignifica constantemente: del pedestal omnipotente de la infancia, a la humanización en la adultez, hasta la inversión de roles en la vejez. Cada etapa es una nueva metáfora, una nueva traducción del misterio insondable de ese vínculo original. El sufrimiento a menudo surge de la rigidez, de aferrarnos a un velo caduco mientras la vida nos invita a correrlo, a aceptar que estamos viendo «padres distintos» porque hemos pasado a otra experiencia de significado.
Aquí es donde la sanación, en su sentido más profundo, se diferencia de la simple curación. La curación busca aliviar el síntoma, cerrar la herida para que deje de sangrar. La sanación, por su parte, va a la fuente del sufrimiento, que casi siempre reside en una representación ideal e inflexible de la realidad. Neptuno nos permite acceder a esa fuente y disolver el dolor a través de la comprensión, al aceptar que nuestros padres, el mundo o nosotros mismos no éramos lo que creíamos que éran, liberándonos de la necesidad de que sean algo distinto a lo que son.
Este proceso no es solo individual, sino también colectivo. Estamos iniciando un nuevo ciclo de Neptuno de 164 años, una invitación a una nueva síntesis de la percepción, similar a la que ocurrió a mediados del siglo XIX cuando figuras como Freud y Jung comenzaron a explorar científicamente el misterio del alma, un territorio antes reservado a los sacerdotes. Cada ciclo planetario nos brinda la oportunidad de correr un velo colectivo. En lugar de leer los tránsitos astrológicos como la repetición catastrófica de la historia —viendo el mismo velo una y otra vez—, podemos verlos como la oportunidad de percibir lo mismo desde un ángulo nuevo y más amplio. La conjunción actual de Saturno y Neptuno nos llama a tomar con seriedad este mundo interior, a validar la subjetividad y la historia personal como claves para entender no solo nuestra psique individual, sino la del colectivo del que formamos parte inseparable. La tarea es reconocer que nuestra vida individual no está, ni puede estar, disociada de la vida de la comunidad humana en el planeta, no como un ideal, sino como una constatación inmediata y perceptible.
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